jueves, 28 de junio de 2012

EL HOMBRE QUE NUNCA LA AMÓ - CAPÍTULO 1 (2/2)

por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com



CAPÍTULO 1 (2/2)

[Viene de la entrada anterior]


Se oyó el timbre.
Carolina sintió un nudo en la garganta y un ligero mareo.
¿Sería él?
—La policía, otra vez —dijo Javier, como adivinando lo que pensaba Carolina—. ¿Quieres que vaya a abrir?
—Iré yo —respondió ella con brutalidad—. Tú sigue con el vodka. Hay más, todo el que necesites.
En efecto, era la policía. Un hombre bastante atractivo, de unos treinta y pico, alto y atlético, de raza negra, que se presentó como investigador oficial, acompañó a la dueña de casa hasta la gran sala de visitas cuyos ventanales daban al mar.
—¿Ha aparecido? —preguntó ansiosa Carolina al recién llegado, una vez sentados.
—¿A quién se refiere, señora?
—A mi marido, Armando...
El policía miró a Javier unos instantes con ojos penetrantes antes de responder a Carolina:
—No. Ni siquiera sabemos si viajaba realmente en ese yate... ¿Su yate, no es así?
—Sí —admitió Carolina—. Mi yate, «Antonella». Y estoy segura que mi esposo viajaba en él.
—¿Cómo está tan segura, señora? —interrogó el policía, tras beber del café que le había servido la dueña de casa—. ¿Usted vio a su esposo a bordo del yate?
—No. No lo vi. Pero desde su celular, mi marido me dijo que estaban por zarpar... Ya conté todo esto al otro policía, el que vino ayer...
—Tendremos que rastrear las llamadas de ese celular, y del suyo —informó el policía—. Supongo que no habrá problemas al respecto.
—Ninguno, por supuesto. Cuanto antes averigüen la verdad, mejor. Esta espera me destroza los nervios.
—Usted amaba a su marido, por lo que veo...
Carolina sintió como una bofetada en pleno rostro al oír las palabras del policía. Tuvo que pensar la respuesta unos segundos:
—Era mi marido...
El negro terminó su pocillo de café y se puso de pie.
—¿Le molesta, señora, si me quedo parado mientras conversamos? Es que estuve todo el día en la oficina, sentado, frente a la computadora. No soy del tipo burócrata de policía.
—Ningún problema —dijo Carolina, alzándose de hombros—. Se ve que es un hombre de acción.
Javier casi lanza una carcajada sardónica.
—¿De qué te ríes, Javier?
—De nada, querida amiga. Fue un reflejo.
Hubo una pausa larga.
—Entonces usted era la dueña del yate —dijo el policía—. No su marido.
—Mi marido, Armando, nunca tuvo un centavo en el bolsillo, hasta que me conoció —explicó Carolina con impulsividad—. Todo lo que ve es mío. Todo cuanto él tenía provenía de mi billetera.
Javier se puso de pie casi de un salto y recriminó a la dueña de casa:
—No tienes derecho a decir eso de Armando. ¿De quién crees que estás hablando, Carolina, de un mendigo harapiento que golpeó tu puerta por una limosna antes de que decidieras casarte con él?...



© CLAUDIO MADAIRES (CAGB). De su novela El hombre que nunca la amó

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